jueves, 22 de septiembre de 2011

Noviembre del 2008




Detesto todas las categorizaciones, sobre todo cuando se involucra al arte en ellas. Porque cualquier manifestación artística es, por esencia, libre, abierta, compuesta de sus propios límites, si es que los posee. Pero es más fácil y simple la clasificación. Los eruditos terminan recitando de memoria a sus principales exponentes sin distinguir los matices que cada uno representa, sus propios motivos y orígenes.

Después de 31 años, REM anunció su separación. A partir de esto, he leído denominaciones como "rock alternativo", "Generación X", "post punk", puros nombres que seguramente Michael Stipe, Mike Mills, Peter Buck y Bill Berry jamás mencionaron ni menos tomaron en cuenta para crear música.

Porque REM es, en esencia y existencia, en formato y postura, en ejemplo y consecuencia, una banda de rock. Una banda capaz de construir más de una docena de discos, donde encasillarlos en un formato es sumamente injuso y miope con lo que siempre pretendieron entregar.

El primer disco que escuché de REM fue el "Out of time", cuando aún estaba en el colegio básico. Un compañero llegó con un viejo cassette donde aparecía esa huincha amarilla con el nombre de la placa. Y de inmediato me quedé prendido primero por la voz irrepetible de Michael Stipe y por la mezcla maravillosa de luz, de oscuridad, de tiinieblas y esperanza que brotaba en cada una de sus letras y canciones.

Luego vino Automatic for The People, un disco al que aún trato de encontrarle pifias, tarea imposible. Comúnmente encajonado como un volumen triste, a mí me genera todo lo contrario. El epílogo de Everybody Hurts (una de las mejores canciones de la década del 90), eleva el alma de quienes caminamos con demasiadas sombras, hasta alturas que sólo una pieza de ese calibre nos puede regalar.

Monster. La rabia, el ruido, las guitarras potentes coincidieron con la edad en que mi rebeldía buscaba algún espacio para escapar. Un trabajo que es mucho más genuinamente triste que el anterior, pero está disfrazado en un ruidoso telón de fondo. Y muchos críticos cayeron en la trampa. Escuchar sin oír.

Hablamos de una banda que levantó banderas que antes nadie hizo. Una banda con un vocalista homosexual, brillante, un verdadero huracán en el escenario, con un carisma irrenunciable, una voz inimitable, un sonsonete que se convirtió en un registro. Una banda que siempre firmó sus discos con el nombre de todos sus inregrantes en cada una de sus canciones, comprendiendo que el proceso creativo era compartido. Una banda que tenía en Mike Mills en un escudero fascinante, quien detrás de una apariencia apocada, era tal vez el más rockero de sus miembros. Una banda que tras la salida de Bill Berry en 1997 prosiguió. Una banda que duró lo que tenía que durar, hasta que el cansancio físico, no creativo, terminó por apagar esta llama.

REM no tocaba en recitales individuales. Lo hacía en festivales, con otras bandas. REM fue capaz de compatibilizar su espíritu musical com el mercado, sin que ninguna de las dos caras de la moneda eclipsara a la otra. No vivieron en el ostracismo. Tampoco fueron mega estrellas de rock. REM hizo la llamada música alternativa, cuando no existía siquiera ese término. Y desde allí terminó influyendo absolutamente a grupos como Nirvana, Pearl Jam, Alice in Chains, que llevaron la marginación de los límites como su causa, como su efecto, como su bandera, como su distinción.

Una noche de noviembre del 2008, fui con la mujer que más he querido en mi vida, al concierto de REM en Santiago. La misma noche en que por primera vez un hombre negro llegaba a la presidencia de Estados Unidos. La misma noche en que Micheal Stipe saltó hacia el público y cantó The One I Love sin esquivar nuestros abrazos. Una noche de noviembre del 2008, junto a la mujer que más he querido, fui al mejor concierto de mi vida.

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