martes, 4 de octubre de 2011

Twitter Suicidio



Nunca me he suicidado. Hasta ahora. Confieso que más de alguna vez lo he pensado. Con rubor admito que dos veces incluso llegué a intentarlo. Pero por una mano amiga primero y mal cálculo después, sigo aquí, vivito y coleando.

Pero siempre he pensado en hacerlo.

Por eso suicidarme de twitter no fue tan terrible. Al momento de cometer la afrenta contra mi propia cuenta, contaba con cerca de quince mil seguidores. Cifra no menor para un periodista deportivo de rango no tan destacado, pero opinante de todos los temas que se le atraviesan en la cabeza.

Pero twitter se transformó en un mosntruo demasiado dañino para mí. Primero, por la liviandad con que cualquier persona se sentía con el derecho de cuestionar no sólo tus pensamientos, lo que ya es señal de intolerancia y principio de la barbarie, sino porque las críticas terminaban apuntando a tus gestos, fisonomía, silencios, tono de voz, estilo capilar, color de las corbatas, preferencias musicales, opiniones divergentes. A todo. Palabras arteras hacia tu integridad, no a los comentarios sintetizados en 140 caracteres.

Para varios twitter es un mundo aparte. El personaje que crean en la red social es mucho más potente que el real. Y se creen ese cuento. Viven de ese modo. Si no lo aceptas, no lo compartes o distingues que la realidad no se escribe en 140 letras, eres otra vez defenestrado.

En twitter cualquiera te dice la barbaridad que sea y tú no debes contestar. Por salir algunos minutos en televisión no sólo pueden decirte lo que se les venga en gana, sino que tampoco puedes responder en el mismo tono. ¿En qué parte del contrato twittero dice que debo aceptar insolencias? ¿Cuál regla establece que debo ser condescendiente con el grosero? Yo respondía. A veces mal. Muy mal. Pero de la misma forma cómo me muevo en la vida. Con el amable soy amable, con el grosero soy grosero.

Sin embargo esta red social va más allá en su absurdo Si contestas, no aceptas la crítica, aunque esta sea realizada a través de garabatos. Te crees dueño de la verdad por defender lo que dices, piensas o escribes. Todos saben más que tú, sea cual sea la labor que realices. Este sistema saca lo peor de nosotros mismos como sociedad, esa capacidad innata de parafrasear bravatas en medio del anonimato o la distancia física. Crear personajes ficticios que asumen un rol de fiscalizadores morales o técnicos. Realmente incomprensible.

Es cosa de mirar, de leer, de fisgonear cualquier columna o blog. La mayoría de los comentarios de los lectores no van dirigidos hacia el contenido, sino orientados al autor. Si el redactor no es de tu agrado, da igual lo que digas, escribas. Da exactamente lo mismo. Serás condenado sin vuelta atrás. Eso que llaman prejuicio.

Está el caso de aquellos que se sienten tus amigos. Tus cercanos. Que por un par de comentarios halagadores ya están en el comedor de tu casa. Y si no contestas siempre con la misma gracia, te cuestionan otra vez. Una vez un jefe que tuve, el mejor que he tenido hasta ahora, me aconsejó desconfiar más de las alabanzas que de las críticas. Y lo sigo al pie de la letra.


Felices aquellos que ven en twitter la chance de ser lo que no son en la vida. Felices aquellos que desde el sillón de su casa saben como gobernar, hacer televisión, jugar al fútbol, actuar, componer canciones, pintar, bailar o dictar sentencia. No puedo controlar al resto, pero sí puedo controlarme yo. Así que adiós a twitter. Por razones que no caben en 140 caracteres.